"La respuesta fue NO. Yo tenía 16 años y no quería ser misionera. Yo quería hacer mi propia voluntad. Esto me llevó a otro "no". No paso mucho tiempo antes de que me encontrara muy lejos de Dios. Empecé a tomar decisiones que eran de mi agrado. Fue divertido por un tiempo, pero no duró mucho. Mi reputación estaba arruinada y había perdido a muchos de mis amigos de la iglesia. Mi corazón estaba vacío. Estaba perdida y ni siquiera sabía cómo admitir que necesitaba que Cristo me salvara.
Sucedió un domingo por la mañana, cuando mi mejor amiga se detuvo y me dijo: "Claudia, no puedo estar de acuerdo con todo lo que estás haciendo, pero quiero que sepas que todavía te amo".
Ese toque de amor fue el punto de retorno, porque yo había decidido no ir a la Universidad. Pronto me encontré como estudiante de lo que ahora es la Universidad del Nazareno de Punta Loma, siguiendo a una amiga que no se había dado por vencida conmigo.
Fue al final del avivamiento de otoño que me deslicé al cuarto de oración. Cerré la puerta, me puse de rodillas y comencé a orar. Oré casi toda la noche. Cuando salí en la madrugada, ¡era una nueva criatura en Cristo! ¡Ese fue el inicio del gozo verdadero! El Espíritu Santo me santificó unos meses después, y Él, por su gracia, me hizo otra vez el llamado que me había hecho dos años antes.
Ahora miro hacia atrás los 32 años de servicio misionero. Han sido emocionantes y han llenado mi espíritu. Continuamente encuentro una paz interior mayor al hacer la voluntad del Padre. ¿Escogería regresar a una vida haciendo mi propia voluntad y una vida pecaminosa? ¡No! ¡Nunca!
Casi cometí una elección muy equivocada en mi vida. Me habría llevado muy lejos de donde estoy hoy. Considero un gran privilegio servir a Cristo como misionera. Si Él te llama, di "Si" ¡Nunca te arrepentirás!"
Claudia Stevenson, Misionera en Nigeria.